Aquí no hay imágenes ni rituales. Visitar Amritsar es perderse en un mundo aparte que, en medio del bullicio, atrapa al visitante – sin que apenas se percate- en su comunidad y lo que es más, aquí no hay razas, nacionalidades y mucho menos clases sociales; aquí habitan seres humanos que comparten vida y esencia, nada más.
Amritsar es la sede administrativa del distrito de Amritsar Langar del estado de Panyab. Con 1.2 millones de habitantes, cuenta entre sus múltiples edificios sagrados con El Templo Dorado, principal santuario de la religión sij. El templo está construido con más de 700 kilos de oro y atrae a más visitantes que el propio Taj Mahal; tan solo entre semana llegan más de 100 mil turistas.
Sri Harmandir Sahib “El Templo de Dios”, está ubicado en el centro del lago artificial llamado “Amrit Sarovar” que significa “estanque del néctar de la inmortalidad”
Lo primero que llamó mi atención fue percatarme que, a diferencia de la mayoría de las ciudades en las que he estado en la India, las calles en los alrededores del templo están completamente limpias. Al llegar a la entrada hay que quitarse los zapatos, pasar por una pequeña fuente para dejar atrás las impurezas y el recorrido completo dentro del templo se hace descalzo; además también debí cubrirme la cabeza, yo lo hice con mi pañoleta, pero si no llevas una, ahí te la prestan y la devuelves al salir. En la entrada un hombre extremadamente amable y de franca sonrisa me amarró un listón rojo en la muñeca para que mis deseos se hagan realidad y me sirvió una taza del té chai más exquisito que he probado.
El recorrido se hace en sentido de las agujas del reloj y si bien no es obligatorio hacerlo así, es lo más recomendable, ya que siempre está lleno y ayuda a mantener el orden. No está permitido sacar fotografías en el interior pero puedo asegurarles que todo aquí es a lo grande, desde la arquitectura, los ornamentos y los cánticos, hasta la contagiosa cortesía y entrega de todos los fieles sijs que asisten no solo a rezar o cantar, sino también como voluntarios para la cocina o para mantener el lugar impecable; cientos de personas limpian el templo todo el día; suelo, cristales, barandales, candelabros; hombres y mujeres sonriendo y cantando mientras sacan brillo hasta el último rincón.
Los sijs comparten todo, creen en la verdadera igualdad de los seres humanos y se sienten profundamente agradecidos con las visitas a su templo. Tuve oportunidad de presenciar una de las más claras muestras de buena fe, solidaridad y amor al prójimo que he visto en mi vida; en este templo hay una cocina colosal llamada Guru-Ka-Langar en la que diariamente se prepara comida para compartir con todos, sí, comida para 60 mil y hasta 80 mil personas al día. Sentada al lado de una pareja alemana, comí arroz, garbanzos, dhal, chapati y porridge. Y para terminar, ayudé a integrantes de la comunidad que se dividen las tareas; unos preparan el pan, otros sirven, algunos más lavan; todos comparten y tratan al turista como de su familia, sea de la India o del extranjero. En las inmediaciones del gigantesco comedor, un grupo pela y corta jengibre, otros preparan pan; adelante una fila de voluntarios van pasando los trastes de mano en mano para lavarlos, creando un estruendo que se escucha a cientos de metros de distancia.
Ah pero ahí no acaba la cosa, los peregrinos que llegan al lugar también encuentran un espacio donde dormir y descansar; hay decenas de cuartos comunitarios, los Gurudwaras, donde caben unas 10-12 personas y otros tantos llamados privados que alojan hasta 3 huéspedes. Cuando hay mucha demanda, se extienden tapetes en el suelo del patio y en los pasillos, hay baños comunes que, a pesar de la gran cantidad de personas que los usan en todo momento, están sorprendentemente impecables. El hospedaje no tiene costo; se puede hacer una donación o cooperar con el trabajo, si se está dispuesto. Yo pasé dos noches ahí y fue una de las experiencias más gratas que he vivido.
Por la mañana me levanté temprano para asistir a una de las dos ceremonias que se llevan a cabo diariamente. La religión sij, se rige bajo la norma de “se bueno, comparte, ama”; sus enseñanzas provienen de los 10 Gurús y se encuentran por escrito en el Gurú Granth Sahib, su libro sagrado, ubicado en el corazón del templo. La fila para llegar es muy larga, pero avanza rápido; al llegar se escuchan los Kirtans, una especie de poemas religiosos cantados y tocados en vivo, también ahí están los Granthis dando lectura durante todo el día a las palabras sagradas mientras los fieles rezan y le brindan obsequios al Gurú Granath Sahib; se hacen dos ceremonias al día en torno al libro, la primera -para la cual me levanté a las 4 de la madrugada-, comienza a las 5 de la mañana; varios hombres sacan el libro, lo colocan en el santuario y lo abren en una página al azar, lo que se lee, será la base de las oraciones de todo el día. Por la noche, a las 10:30, cierran el libro en otra ceremonia y al finalizar lo dejan descansar sobre un cojín.
El Sijismo es una religión fundada en el siglo XV por Gurú Nanak y es profesada en la actualidad por 30 millones de personas en el mundo, de las cuales 5 millones están en el estado de Punjab, en la India, donde está Amritsar. El Templo Dorado y todo lo que encierra me deja la enseñanza de que el respeto, la compasión, el trabajo en comunidad y la solidaridad sí pueden transformar al mundo y aquí está la prueba.
Gabriela Albarrán