Motivada ante la promesa de mucha adrenalina y con el constante deseo de aventura, llegué a Chihuahua y me trepé al famoso Chepe -único tren de pasajeros en la República Mexicana- para llegar a Barrancas del Cobre. A bordo del tren, la vista del sistema de barrancas y cañones va más allá de todo lo que había imaginado; abismos de casi dos kilómetros de profundidad entre la majestuosidad de las paredes cobrizas de la Sierra Madre  Occidental, me dejan sin aliento. En su conjunto, estas barrancas cubren una superficie de 60 mil kilómetros cuadrados, es decir, mil veces el tamaño del Estadio Azteca, casi 4 veces más que el Gran Cañón de Colorado -una de las Maravillas Naturales del Mundo- y mide casi el doble de largo: 600 km, mientras que el Gran Cañón se extiende tan solo 350 km.  Este espectáculo fue creado por la naturaleza hace 20 millones de años, aunque a decir de los indígenas Rarámuris.  “fue el Creador Supremo quien esculpió las barrancas con sus propias manos en el principio de los tiempos, cuando las rocas aún estaban tiernitas  y maleables”.

Lugares que visitar y formas de recorrer las barrancas hay muchas; yo me incliné por el deporte de aventura, algunas noches de hotel y otras tantas acampando bajo las estrellas. Me bajé del Chepe en la estación Divisadero, desde donde se pueden contratar los servicios de guías especializados y de acuerdo a todos los presupuestos, gustos y necesidades. Te recomiendo que, por muy experto que seas, contrates a un guía pues el clima, la vegetación y la profundidad de las barrancas pueden hacer que hasta el explorador más experimentado se extravíe.  

Para empezar la aventura, escogí hacer la  Vía Ferrata que inicia con 45 metros de rappel; una experiencia extrema  de descenso rodeada de vegetación e imponentes vistas. Continúa con escalada en medio de rocas y desafíos estratégicamente planeados para una buena dosis de adrenalina; cruzar los puentes colgantes fue para mí, lo más espectacular;  uno de ellos tiene un solo hilo con dos líneas de seguridad y cruzar de un lado a otro flotando por encima del abismo es el más puro contacto con la naturaleza. Casi al final de esta vía llegamos a una gruta y hasta saltamos como Tarzán -con grito incluido por mi parte- para salir en escalada vertical hasta llegar a la plataforma de despedida. 

Mi siguiente reto fue el que llaman “Bosque Aéreo”, una actividad tipo canopy en la que cruzamos largas distancias entre las barrancas a la altura de los árboles. Literalmente es caminar  entre encinos, álamos y pinos; ardillas, liebres, mapaches; y hasta una que otra guacamaya y muchos colibríes. El recorrido incluye 10 puentes colgantes con distinto nivel de dificultad, todos por supuesto con líneas de seguridad, pero eso no impidió que me sintiera realmente inmersa en el bosque, como parte de él. 

Y como la dosis de adrenalina aún no es suficiente, me dispuse a aventarme de la tirolesa, una de mis emociones favoritas -siempre que bajo me vuelvo a formar- y me encontré con la diversión más grande de toda la zona para mí: un circuito de 7 tirolesas para despeinarme a gusto y no quejarme de que fue muy poquito. Son en total 5 kilómetros saltando como chimpancé acelerado de cuerda en cuerda alternando con dos puentes colgantes. Al final del recorrido, ahora sí, lo único que se me antojaba era llegar al hotel, echarme a dormir. descansar bien y estar fresca al día siguiente para vivir la máxima aventura: el ziprider de las barrancas. Este  zipline de 2530 metros de longitud fue, durante varios años, el más largo del mundo superado ahora por el de Emiratos Árabes que mide 300 metros más. El recorrido lo hice en unos 20 minutos, tomando en cuenta los 2530 metros en el cable y 800 metros caminando. La experiencia bien vale la pena y la promesa de adrenalina quedó más que cumplida. 

Por último me subí al teleférico que recorre 3 kilométros a través de las barrancas brindando una de las vistas más hermosas que he visto en mi vida. Desde la comodidad de la cabina suspendida en los aires, pude ver en todo su esplendor la Barranca del Cobre, la de Tararecua -donde bañarse en aguas termales es un auténtico placer- y la de Urique que por cierto, es la más profunda de todas con 1879 metros. Nuestro guía rarámuri nos cuenta que este teleférico es mencionado en muchas partes del mundo por ser uno de los que ofrece vistas más espectaculares y tiene capacidad para trasladar un promedio de 500 personas por hora. El recorrido dura 40 minutos que incluyen una parada de 20 minutos en el mirador “El Mesón” para disfrutar de la vista y hacer fotografías. Ese mismo día aproveché para comer en un restaurante que se encuentra ‘volado’ sobre las barrancas. Es un obra maestra de arquitectura al borde de uno de los cañones con vista a la cascada Basaseachi de 270 metros de longitud. Este restaurante no es apto para cardiacos pues además de estar suspendido en el aire, parte del piso es transparente. Al caminar sobre él se admira la profundidad de las barrancas, los puentes colgantes, las cascadas  y todo ese abismo bajo los pies, los más atrevidos se sientan o hasta se acuestan sobre el piso para sentir aún más adrenalina. 

Cabe mencionar que todas las atracciones a las que acudí cuentan con los más altos sistemas de seguridad para los visitantes, incluso antes de empezar es obligatorio tomar un taller intensivo de capacitación para poder escalar, rapelear y hacer uso adecuado del equipo y disfrutar de la adrenalina de la forma más segura que existe.

Gabriela Albarrán