Es el museo más visitado de Rusia, 5 millones de turistas vienen cada año. Pedro el Grande lo mandó construir en 1714 como para usarlo como una “casa de verano”. Se dice que Catalina I, su esposa, llevaba años pidiéndole construir una residencia a la orilla de la Bahía para descansar de los viajes por el reino, hasta que logró convencerlo y eligieron  ubicarse en San Petersburgo. El zar tenía conocimientos de ingeniería y mucha pasión por las construcciones ostentosas, así que él mismo hizo diseñó el palacio, las fuentes y los jardines para crear una morada que resaltara, algo nunca antes visto y se inspiró en el Palacio de Versalles, solo que, en su cabeza, el resultado sería aún más grande, brillante y majestuoso, cosa que a Catalina I le fascinó y puso manos a la obra para conseguir muebles, obras de arte y objetos decorativos de lo más lujoso en aquella época. Pedro el Grande contrató arquitectos, escultores, ingenieros y hasta paisajistas de todas partes del mundo; los mejores y más caros para hacer una obra monumental y que trascendiera cualquier palacio antes hecho.  

Y vaya que lo logró, nada más llegar, me fui para atrás, una gran cascada con escaleras  y esculturas que reciben al visitante; mármol por todas partes, dorado y blanco, piedra y oro, agua y tierra; todo a lo grande. Me detengo ante la  escultura de Sansón y el León, qué es la carta de presentación y fue puesta por el zar para representar el triunfo de Rusia sobre Suecia. El león representa a Suecia y a su Rey Carlos XII y por supuesto, Sansón sometiéndolo es la imagen de Rusia y su legendario líder. De las fauces del felino, emerge una columna de agua que se eleva 20 metros, alrededor del héroe,  8 delfines saltan simbolizando al mar, por fin en calma, y arrojan chorros de agua que forman una enorme flor mientras otros leones acechan 3 la derrota del líder de su manada. La figura de Sansón fue saqueada por soldados alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando el conflicto llegó a su fin, varios escultores se basaron en las fotografías existentes para recrear la mítica fuente que, desde 1947 es un ícono de San Petersburgo. 

Efectivamente la construcción guarda mucha similitud con su inspiración francesa pero, en lo que se refiere a las fuentes y el espacio que ocupan en el exterior, supera por mucho al Palacio de Versalles. Estatuas de oro de distintas dimensiones, cientos de figuras escoltan pequeños manantiales y cascadas que alimentan 176 fuentes a lo largo del “recibidor”, y no pude evitar pensar “…sí este es el recibidor, no puedo ni imaginar el tamaño del resto de este lugar…” El monólogo en mi cabeza fue interrumpido abruptamente cuando se encendieron las fuentes y empezó la música, dando paso a un espectáculo de agua y sonido que se extiende a lo lejos, cientos de cabezas de turistas se asoman, buscan el mejor ángulo y voltean de un lado a otro tan asombrados como yo. 

Y no me equivoqué, Los rusos dicen que este gran conjunto es el palacio más grande del mundo, ya averiguaré, pero lo que ven mis ojos es sencillamente espectacular. Inmensos jardines a lo largo y ancho de mil héctareas, Las columnatas de Voronikhin, La Gran Cascada, Los Laberintos, Las Fuente en La Terraza, Las Fuentes de Ninfa y Danaide, El Callejón de las Fuentes. La Fuente Triton, La Cascada de Ajedrez, Las Fuentes Romanas, por mencionar los nombres de algunas de las 173 fuentes.  

El Palacio de Peterhof está compuesto por una construcción principal — y muchos palacetes -por llamarlos de alguna manera- a su alrededor. El Gran Palacio mide casi 300 metros de ancho, es estilo barroco y en su interior se pueden admirar, jarrones de porcelana, pisos elegantísimos de mármol y de maderas finas, chimeneas decoradas con extremo detalle, grandes espejos e inmensos salones. Mientras recorro el lugar, imagino claramente aquéllas suntuosos bailes de película, mujeres de vestidos anchos y hombres con pelucas blancas danzando mientras el piano y  los violines se hacen escuchar sobre el murmullo de los invitados.  

Además del Gran Palacio, se construyeron varios edificios alternos como el Pabellon del Ermitaño, el Palacete Marly o el Palacio Monplasir que era el favorito de Pedro el Grande porque estaba junto al mar. 

Esta joya rusa sirvió 200 años como casa de verano de los emperadores y fue cambiando con la evolución de la arquitectura y las nuevas corrientes pero, todos los arquitectos que le fueron dando vida, conservaron y continuaron implementando el plan original del Zar.  Por aquí ha pasado la historia de Rusia, las glorias y los tiempos oscuros, como la Segunda Guerra Mundial, cuando fue ocupado durante tres años por las tropas de la Alemania Nazi que talaron árboles centenarios, saquearon miles de obras de arte y robaron 4 estatuas: Sansón, Neva, Volkhov y Triton. Se cuenta que los propios rusos bombardearon su palacio para evitar que Hitler realizara una fiesta que había planeado ofrecer ahí y que Stalin prefirió dinamitar parte del palacio a permitir que los alemanes celebraran ahí sus victorias. 

Al terminar la guerra, se iniciaron las labores de reconstrucción que no han concluido del todo pero, afortunadamente, en 1964 el Palacio Peterhof reabrió sus puertas para recibir a visitantes de todo el planeta. Muchas los salones se adaptaron en 32 museos donde se exhiben 322,821 objetos. 

Te recomiendo apartar un día completo para visitar el Palacio de Peterhof y puedas disfrutar de caminatas por sus inmensos jardines, mojarte en las fuentes que arrojan agua a los visitantes por sorpresa y pasar una experiencia inolvidable en este recinto que guarda frente al Golfo de Finlandia la historia de Rusia y los sueños de un Zar.

Gabriela Albarrán