Bucear en la falla que divide 2 continentes y admirar el espectáculo de la aurora boreal son dos maravillas que la naturaleza une en un solo lugar: Islandia, la cima del mundo.
Cada destino turístico de esta isla es digno de recorrer sin prisa, yo decidí comenzar por conocer el Lago Pingvallatatn ubicado en el Parque Nacional Pingvellir y en cuya orilla se encuentra la grieta Sifler que divide el continente americano del europeo. Desde la capital Reykjavik hay muchas compañías que ofrecen tours guiados, o bien -como decidí yo- se puede rentar un auto y viajar como a mí me gusta, dejando que el tiempo se marque según el hambre y el sueño; la luna o el sol.
Es un recorrido corto, 45 km separan a la capital de Þingvellir, lugar de gran importancia histórica pues aquí -en el año 930- los vikingos levantaron la Asamblea de Alphing, el primer Parlamento democrático de la historia, de hecho Þingvellir significa ‘llanura de la asamblea’ y la UNESCO declaró al lugar como Patrimonio de la Humanidad en 2004.
Me habían contado que en algunas partes de Islandia hay más ovejas que seres humanos y me lo tomé a broma, pero durante el camino por la carretera, la cantidad de ovejas que vi fue realmente impresionante, las hay negras, blancas, doradas y grises, todo un espectáculo que jamás imaginé; al pararme en el espectacular mirador en las cercanías del lago, varios ejemplares ovejunos me hicieron compañía y me dio la impresión de que están acostumbradas a ver turistas pero, la verdad sea dicha, eran tantas, que preferí no averiguar si podrían molestarse conmigo por invadir su territorio y partí a hacer mi registro para acampar en el lago, mostrar licencia de conducir, identificación, además de leer y firmar los reglamentos y formatos necesarios en la oficina establecida para el caso.
Por cierto, no puedo dejar de lado una peculiar norma que existe en Islandia, todos los turistas al terminar su visita y pasar de nuevo por las oficinas, depositan aquí la comida que no hayan consumido para que el siguiente turista que apenas llega, la pueda aprovechar y es así que agregué un par de cosas que no tenía en mi menú.
Se puede acampar cerca de un embarcadero en una zona bastante tranquila y callada para montar por fin la casa de campaña a orillas del Þingvallatatn. Este lago de origen glaciar es el más grande de Islandia; tiene una superficie de 84 kilómetros cuadrados y una profundidad máxima de 114 metros. Este espejo del cielo es además una verdadera maravilla de la naturaleza pues se encuentra ubicado en dos continentes; aquí se encuentra la llamada Falla de Silfra. Hace 54 millones de años, América se separó de lo que actualmente conocemos como Europa; este fenómeno geológico no se ha detenido y es lo que ha dado lugar a la grieta de Silfra que, según los geólogos, se abre aproximadamente 2 cm por año, haciendo cada vez más grande a Islandia y separando también cada vez más los dos continentes.
El Þingvallatatn está considerado como uno de los mejores lugares del mundo para bucear y una de la razones es precisamente la Falla de Silfra donde los más experimentados podrán sumergirse y los que somos principiantes o nunca lo hemos hecho, podremos al menos, esnorquelear; en cualquiera de los dos casos, tocamos bajo el agua, las paredes rocosas de América con una mano y las de Europa con la otra.
La zona de buceo está dividida en tres partes. La Entrada es el punto de acceso, se desciende por una escalera y no es muy profunda -tal vez para aclimatarnos al agua helada-; La Catedral es la segunda etapa y al menos para mí, la más impactante; tiene 120 metros de ancho de aguas cristalinas que permiten una visibilidad de hasta 100 metros. La claridad de las aguas se debe a provienen del glaciar, pero un erupción del volcán Skjaldbreidur detuvo su curso normal con una barrera de lava; el guía nos explicó que las aguas del lago tardan entre 30 y 100 años hasta llegar a la grieta. Por último, al final de La Catedral, se abre paso La Laguna, donde entre bancos de arena y muy poca profundidad, la corriente nos deposita suavemente en el lago Þingvallatatn.
A la caza de auroras
Si la suerte nos sonríe, El Parque de Þingvellir es también un excelente punto para ver auroras boreales. Estos preciosos rayos de luz son el resultado del choque de partículas cargadas de energía del espacio y del sol contra el campo magnético de la tierra. Durate la noche, me cubrí con todas las capas de ropa que había en mi maleta, coloqué un manta afuera de mi tienda y otra reforzando mi vestimenta y me dispuse a esperar pacientemente que la Madre Naturaleza se manifestara alguna de las noches que aún quedaban. Mis súplicas fueron escuchadas y sobra decir que la vigilia valió más que la pena, ver una aurora boreal es un espectáculo indescriptible al que fotos y videos no le hacen honor.
Parece como si el cielo arrojara polvos diamantados de verde y azul y los soplara para dibujar entre las estrellas. Como dato curioso las auroras boreales deben su nombre a Galileo Galilei y Pierre Gassendi quienes las nombraron así como homenaje a Aurora, diosa romana de las mañanas y a Bóreas, dios griego del frío viento del norte.
Durante la estancia en el lago Þingvallatatn además se puede montar a caballo y bucear en las zonas marcadas para el caso, así como realizar paseos siempre cuidando de revisar la situación de los senderos y caminos por aquello del clima.
Gabriela Albarrán